martes, 12 de agosto de 2014

El infierno

Como en los últimos días salí caminado de la estación del metro, mi ánimo no era bueno ni malo, sólo pensaba en el momento de volver a sentirme bien conmigo mismo y que para eso debía comenzar a estudiar todas las variables y hechos que me habían pasado.

La mañana fría los remanentes de la fuerte lluvia que cayó la noche anterior se dejaban ver, charcos en varios lados, llantas viejas entre los charcos mismas que parecían haberse quedado ahí toda una eternidad,  baches descubiertos que hacen ver lo que alguna vez fue una calle como un campo de batalla, un campo al que se va a trabajar, donde se vive para trabajar por un sueldo bajo pero eso sí, con prestaciones.

Muchas personas con ropa informal y de mala cara, algunos parece que sólo asisten al trabajo por inercia o por tratar de sostener la pesada carga de las presiones familiares y económicas o porque no hubo de otra para subsistir, algunos grupos de trabajadores en la calle esperando entrar a las maquilas con rostros cansados, otros jugueteando echándole carrilla al más tranquilo o simplemente albureándose, entre tanto unos tienen los ojos rojos los cuales no se sabe si son producto de no dormir o de alguna sustancia psicotrópica.

El panorama se ve deprimente y ahora aderezado con el gris del cielo que amenazaba con volverse en unas horas en color negro y traer una tormenta mas, misma que volverá a encharcar las calles, paso junto a un colchón que pudo haber sido la cama y cobija de algún indigente y que aguarda solitario hasta la siguiente noche, un chico al fondo come una torta que puede ser su único alimento del día y que lo deberá levantar en lo que comienza su jornada de trabajo, otro hombre más adelante saca a pasear a su perro manteniéndolo a raya con una cuerda formada por agujetas de zapatos, mismas que dan la impresión de romperse a la más ligera tensión.

El hombre con un gesto hosco, ese que parece heredado de la imagen del General Lázaro Cárdenas en los antiguos billetes de 10,000 pesos, ese gesto que puede rayar entre el porte y la mamonería de los soldados aunado a su piel quemada por el sol, no ven o simulan no ver el paquete fecal que deja la mascota por el lugar, mismo que él no recogerá.

Un joven con una sudadera negra ataviada de cráneos e imágenes sin forma duerme en lo que entra a la fabrica, su rostro parece cansado aunque una pequeña sonrisa asoma en sus labios, quizá su sueño sea más placentero que la realidad y prefiere dormir antes de comenzar a trabajar.

De pronto al pasar junto a un bodegón de color azul claro escucho  el sonido de un martillo golpeando algo metálico, el sonido que fruto de una maquinaría industrial que resuena en mi ser haciéndome  pensar en que quizá ya estoy en el infierno y que esos golpes torturan a miles de almas que rondan por el lugar, tan sólo faltan las llamas, el frío congelante o las figuras humanoides con cuernos para terminar pensado que en verdad ya estoy muerto a pesar de respirar seguir caminando.

Llego al portón azul, toco el timbre, ese sonido tan clásico ya no me parece agradable, abre la puerta descolorida el vigilante, con un gesto duro y difícil me dice que ya mero se me hace tarde, le agradezco y entro, al fondo se pueden ver maquinarias que ya no se mueven porque la empresa está en quiebra, esto que alguna vez pudo ser una gran empresa ahora da lastima, sus instalaciones viejas y deterioradas ocultan por mucho la imagen de como pudo ser al momento de inaugurarse.

Subo las escaleras y a cada escalón encuentro partes faltantes de las losas, en otros parecen tener un color rojizo como si alguien muerto hubiera sido arrastrado y dejó la sangre manchada, pero sólo es mi imaginación sólo son reparaciones hechas al paso de los años, la escalera naranja se curva a la derecha para entrar a la parte superior.

Un corredor se extiende perpendicular a mi y a la izquierda una oficina y a la derecha varios cubículos armados en madera sobre lo que fue una bodega,  un pequeño comedor obscuro con varios garrafones de agua y un horno de microondas ayudan a los empleados a comer sus alimentos, después tres oficinas para terminar en un área grande con algunas maquinas que están siendo reparadas.

Mi destino se encuentra a la derecha una pequeña oficina, la que está en medio, con una puerta que se azota al más mínimo descuido, mientras que dos ventanas asoman al corredor como si fueran parte de la jaula de algún zoológico al que he entrado y una más al fondo,  un archivero con varios reportes, una computadora armada con estándares venidos de tiempos del primer sistema exitoso de la compañía de las ventanas y el monitor aunque viejo sirve, en contraesquina al primer archivero otro de menor tamaño sus gavetas no me animan a abrirlas y arriba del mismo un monitor que no sé si sirve o ya sólo quedó ahi como reliquia.

La silla parece lo más decente y atrás de ella la ventana improvisada con el cristal roto, esta va a la zona superior de la bodega y no filtra el sonido, en alguna de esas ocasiones que el ruido de las maquina se hace presente todo entra y llega a mis oídos contraponiéndose  a  ese teléfono negro que ya no se escucha, que da línea y que cada vez que hago una llamada a través de él,  hace taparme no sólo el oído sino avisparme para escuchar lo que no se escucha; quizá sea peor que cuando fueron los inicios de la telefonía, sin embargo no tengo ningún referente para constatarlo.

Me doy cuenta que he llegado a este que es mi recinto de trabajo, veo por la ventana como los trabajadores sumidos en su comodidad, no trabajan y los que lo hacen sólo  quieren ganar su dinerito cada quincena, mismo que no alcanza para nada, pero, al fin y al cabo lo está pagando la empresa mientras nuestras almas con consumidas poco a poco en este extraño y deprimente infierno.


No hay comentarios:

Publicar un comentario