Como en los
últimos días salí caminado de la estación del metro, mi ánimo no era bueno ni
malo, sólo pensaba en el momento de volver a sentirme bien conmigo mismo y que
para eso debía comenzar a estudiar todas las variables y hechos que me habían
pasado.
La mañana fría
los remanentes de la fuerte lluvia que cayó la noche anterior se dejaban ver,
charcos en varios lados, llantas viejas entre los charcos mismas que parecían
haberse quedado ahí toda una eternidad, baches
descubiertos que hacen ver lo que alguna vez fue una calle como un campo de
batalla, un campo al que se va a trabajar, donde se vive para trabajar por un
sueldo bajo pero eso sí, con prestaciones.
Muchas personas
con ropa informal y de mala cara, algunos parece que sólo asisten al trabajo
por inercia o por tratar de sostener la pesada carga de las presiones
familiares y económicas o porque no hubo de otra para subsistir, algunos grupos
de trabajadores en la calle esperando entrar a las maquilas con rostros
cansados, otros jugueteando echándole carrilla al más tranquilo o simplemente
albureándose, entre tanto unos tienen los ojos rojos los cuales no se sabe si
son producto de no dormir o de alguna sustancia psicotrópica.
El panorama se
ve deprimente y ahora aderezado con el gris del cielo que amenazaba con
volverse en unas horas en color negro y traer una tormenta mas, misma que
volverá a encharcar las calles, paso junto a un colchón que pudo haber sido la
cama y cobija de algún indigente y que aguarda solitario hasta la siguiente
noche, un chico al fondo come una torta que puede ser su único alimento del día
y que lo deberá levantar en lo que comienza su jornada de trabajo, otro hombre
más adelante saca a pasear a su perro manteniéndolo a raya con una cuerda
formada por agujetas de zapatos, mismas que dan la impresión de romperse a la más
ligera tensión.
El hombre con un
gesto hosco, ese que parece heredado de la imagen del General Lázaro Cárdenas
en los antiguos billetes de 10,000 pesos, ese gesto que puede rayar entre el
porte y la mamonería de los soldados aunado a su piel quemada por el sol, no
ven o simulan no ver el paquete fecal que deja la mascota por el lugar, mismo
que él no recogerá.
Un joven con una
sudadera negra ataviada de cráneos e imágenes sin forma duerme en lo que entra
a la fabrica, su rostro parece cansado aunque una pequeña sonrisa asoma en sus
labios, quizá su sueño sea más placentero que la realidad y prefiere dormir
antes de comenzar a trabajar.
De pronto al
pasar junto a un bodegón de color azul claro escucho el sonido de un martillo golpeando algo
metálico, el sonido que fruto de una maquinaría industrial que resuena en mi
ser haciéndome pensar en que quizá ya
estoy en el infierno y que esos golpes torturan a miles de almas que rondan por
el lugar, tan sólo faltan las llamas, el frío congelante o las figuras
humanoides con cuernos para terminar pensado que en verdad ya estoy muerto a
pesar de respirar seguir caminando.
Llego al portón
azul, toco el timbre, ese sonido tan clásico ya no me parece agradable, abre la
puerta descolorida el vigilante, con un gesto duro y difícil me dice que ya
mero se me hace tarde, le agradezco y entro, al fondo se pueden ver maquinarias
que ya no se mueven porque la empresa está en quiebra, esto que alguna vez pudo
ser una gran empresa ahora da lastima, sus instalaciones viejas y deterioradas
ocultan por mucho la imagen de como pudo ser al momento de inaugurarse.
Subo las
escaleras y a cada escalón encuentro partes faltantes de las losas, en otros
parecen tener un color rojizo como si alguien muerto hubiera sido arrastrado y
dejó la sangre manchada, pero sólo es mi imaginación sólo son reparaciones
hechas al paso de los años, la escalera naranja se curva a la derecha para
entrar a la parte superior.
Un corredor se extiende
perpendicular a mi y a la izquierda una oficina y a la derecha varios cubículos
armados en madera sobre lo que fue una bodega,
un pequeño comedor obscuro con varios garrafones de agua y un horno de
microondas ayudan a los empleados a comer sus alimentos, después tres oficinas
para terminar en un área grande con algunas maquinas que están siendo
reparadas.
Mi destino se
encuentra a la derecha una pequeña oficina, la que está en medio, con una
puerta que se azota al más mínimo descuido, mientras que dos ventanas asoman al
corredor como si fueran parte de la jaula de algún zoológico al que he entrado
y una más al fondo, un archivero con
varios reportes, una computadora armada con estándares venidos de tiempos del
primer sistema exitoso de la compañía de las ventanas y el monitor aunque viejo
sirve, en contraesquina al primer archivero otro de menor tamaño sus gavetas no
me animan a abrirlas y arriba del mismo un monitor que no sé si sirve o ya sólo
quedó ahi como reliquia.
La silla parece
lo más decente y atrás de ella la ventana improvisada con el cristal roto, esta
va a la zona superior de la bodega y no filtra el sonido, en alguna de esas
ocasiones que el ruido de las maquina se hace presente todo entra y llega a mis
oídos contraponiéndose a ese teléfono negro que ya no se escucha, que
da línea y que cada vez que hago una llamada a través de él, hace taparme no sólo el oído sino avisparme
para escuchar lo que no se escucha; quizá sea peor que cuando fueron los
inicios de la telefonía, sin embargo no tengo ningún referente para
constatarlo.
Me doy cuenta que he llegado a este que es mi recinto de trabajo, veo por la ventana como los trabajadores sumidos en su comodidad, no trabajan y los que lo hacen sólo quieren ganar su dinerito cada quincena, mismo que no alcanza para nada, pero, al fin y al cabo lo está pagando la empresa mientras nuestras almas con consumidas poco a poco en este extraño y deprimente infierno.
Me doy cuenta que he llegado a este que es mi recinto de trabajo, veo por la ventana como los trabajadores sumidos en su comodidad, no trabajan y los que lo hacen sólo quieren ganar su dinerito cada quincena, mismo que no alcanza para nada, pero, al fin y al cabo lo está pagando la empresa mientras nuestras almas con consumidas poco a poco en este extraño y deprimente infierno.